Las butacas 40 y 42 de la fila seis
estaban vacías. Podían haber sido
las butacas 40 y 42 de la fila cinco, pero la señora y el señor Dorowitz no
tenían nada mejor que hacer que evitar odiarse por una noche buscando cualquier
excusa musical. Podían haber sido las butacas 36 y 38 de la misma fila número
seis, pero las tres almas del recién forjado matrimonio Metz sí que disfrutaban
del Adagietto de “la quinta” de Mahler. Podía haber sido una obra de teatro,
una comedia o pantomima griega, pero tenía que ser Mahler y tenía que ser el
tema de “Muerte en Venecia”. Las butacas 40 y 42 de la fila número seis eran
las únicas huérfanas de la noche. Y a nadie le importaba por qué entre todas
las butacas, entre todos los cientos de espectadores de la noche, tenían que
faltar los de las butacas 40 y 42. Y no eran malas entradas. Todo el auditorio
habría entendido si el señor y la señora Bartan hubieran decidido no ocupar
aquella noche las butacas 29 y 31 de la fila 35, justo detrás de la columna.
Incluso el dueño de la butaca 15 de la fila 20 hubiera sobornado al acomodador
de saber que su vecino de la 13 iba a acompañar a destiempo con ronquidos los
compases mahlerianos. Pero era el vacío entre las 38 y 44 el que rompía la
perfumada simetría del auditorio. También podría ser que el asiento 40 viviera
en cualquier calle o en cualquier piso distinto al asiento 42. Pero no parece
fruto de la casualidad el que las butacas 40 y 42 comenzaran y terminaran
vacías aquel concierto. Podría haberse dado el caso de que el asiento 40
decidió lavarse la cabeza más tarde de lo que debería haberlo hecho. O que sencillamente
un taxista se hubiera ganado la cerveza de la noche a costa de sus clientes.
Pero no. Un par de butacas tan bien elegidas y en un concierto que colgó el
cartel de “no hay entradas” escasas horas después de abrirse las taquillas tenían
que esconder algo.
[...]
Aquellas dos butacas contribuían al silencio de
la orquesta entre tempo y tempo de la sinfonía. Y mientras, para el resto de
asistentes, los propietarios de las butacas 40 y 42 tan sólo eran dos
desconsiderados que ninguneaban uno de los mejores conciertos de la temporada.
Pero, el mundo estaba perdiendo en ese momento una (otra) pareja asustada por enfrentar sus vidas a la realidad.
[...]
Las butacas 40 y 42 de la fila seis nunca se ocuparon pero a nadie
le importó por qué. Y ahora él buscará en los compases de aquel Adagietto las palabras que jamás pudo
encontrar. Y ahora ella se autoconvencerá de que tomó la mejor decisión en el
momento adecuado. Pronto otro par de butacas permanecerán sin ocupar. Cambiarán
los nombres, pero será otra historia por contar. Una historia que todos querrán
conocer pero nadie protagonizar. Todo es inestable e inseguro hasta que el
último compás deje de sonar. Hasta entonces, no pierdas de vista aquellas dos
butacas y reza por aquellas dos almas. Algún día podrás hacerte con las
entradas equivocadas.
(Canio Giubba)
No hay comentarios:
Publicar un comentario