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viernes, 31 de enero de 2014

Las butacas 40 y 42

Las butacas 40 y 42 de la fila seis estaban vacías. Podían  haber sido las butacas 40 y 42 de la fila cinco, pero la señora y el señor Dorowitz no tenían nada mejor que hacer que evitar odiarse por una noche buscando cualquier excusa musical. Podían haber sido las butacas 36 y 38 de la misma fila número seis, pero las tres almas del recién forjado matrimonio Metz sí que disfrutaban del Adagietto de “la quinta” de Mahler. Podía haber sido una obra de teatro, una comedia o pantomima griega, pero tenía que ser Mahler y tenía que ser el tema de “Muerte en Venecia”. Las butacas 40 y 42 de la fila número seis eran las únicas huérfanas de la noche. Y a nadie le importaba por qué entre todas las butacas, entre todos los cientos de espectadores de la noche, tenían que faltar los de las butacas 40 y 42. Y no eran malas entradas. Todo el auditorio habría entendido si el señor y la señora Bartan hubieran decidido no ocupar aquella noche las butacas 29 y 31 de la fila 35, justo detrás de la columna. Incluso el dueño de la butaca 15 de la fila 20 hubiera sobornado al acomodador de saber que su vecino de la 13 iba a acompañar a destiempo con ronquidos los compases mahlerianos. Pero era el vacío entre las 38 y 44 el que rompía la perfumada simetría del auditorio. También podría ser que el asiento 40 viviera en cualquier calle o en cualquier piso distinto al asiento 42. Pero no parece fruto de la casualidad el que las butacas 40 y 42 comenzaran y terminaran vacías aquel concierto. Podría haberse dado el caso de que el asiento 40 decidió lavarse la cabeza más tarde de lo que debería haberlo hecho. O que sencillamente un taxista se hubiera ganado la cerveza de la noche a costa de sus clientes. Pero no. Un par de butacas tan bien elegidas y en un concierto que colgó el cartel de “no hay entradas” escasas horas después de abrirse las taquillas tenían que esconder algo. 
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Aquellas dos butacas contribuían al silencio de la orquesta entre tempo y tempo de la sinfonía. Y mientras, para el resto de asistentes, los propietarios de las butacas 40 y 42 tan sólo eran dos desconsiderados que ninguneaban uno de los mejores conciertos de la temporada. Pero, el mundo estaba perdiendo en ese momento una (otra) pareja asustada por enfrentar sus vidas a la realidad. 
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Las butacas 40 y 42 de la fila seis nunca se ocuparon pero a nadie le importó por qué. Y ahora él buscará en los compases de aquel Adagietto las palabras que jamás pudo encontrar. Y ahora ella se autoconvencerá de que tomó la mejor decisión en el momento adecuado. Pronto otro par de butacas permanecerán sin ocupar. Cambiarán los nombres, pero será otra historia por contar. Una historia que todos querrán conocer pero nadie protagonizar. Todo es inestable e inseguro hasta que el último compás deje de sonar. Hasta entonces, no pierdas de vista aquellas dos butacas y reza por aquellas dos almas. Algún día podrás hacerte con las entradas equivocadas.
(Canio Giubba) 

Maravillosamente distinto

Quino